Federico ama las estatuas. Dice que su mayor ambición es crear la estatua más bella y perfecta. Y aunque no esculpe, sus poemas a veces parecen estatuas que parecen llorar su frío desamparo lo mismo que una gárgola en una catedral de horror. Las estatuas pueblan sus dolientes poemas y el las venera con las palabras más nobles y más sensuales.Gótico hasta la medula. Ariel Durán, alrededor de sus escasos 18 años escribió los versos y “sonetos disonantes” más mortuorios que yo alguna vez haya leído. Su romanticismo no necesita de esa luz -por más breve o pálida que ésta sea- que lo caracteriza. En cuanto a su persona, su conversación es placentera, culta, voluptuosa. Es de esas personas con las que desea uno siempre amanecer bebiendo vino, erotizado por la contemplación de la belleza natural de este mundo que no alberga esperanza. A pesar su impecable calidad estilística, este joven maestro no ha podido ver su obra unida, ofrecida en ese precioso ataúd que supone todo libro. Esperemos que pronto se realice esta labor, para que la invaluable hermosura de su poesía, digna de toda inmortalidad, sea con todo mérito, tesoro de ésta humanidad pútrida.
PUBLICARE ESTE ENSAYO SOBRE TU POESIA EN UN PERIODICO VIRTUAL www.elvallartense.com/secciones/arte.htmpara la proxima semanaLeer a Federico Ariel Durán es una ECM (experiencia cercana a la muerte). Pero platicar e intimar con él es aún más placentero. La poesía de él tiene ese no sé que hace a la poesía verdadera. Se autodefine como “cuerpo de venas de tinta negra, labios que nombran la oscuridad y la voz que murmura el viento en el páramo”. Su poesía –agua oscura- no siempre necesita de un cauce, sino que puede fluir en completo desquicio, música en aparente disonancia, pero que encierra, casi herméticamente, como un secreto en los labios cerrados de un difunto, una forma completa y única de ser soledad, de ser muerte, ausencia y olvido. Adentrarse a su poesía es como mirarse en esa cara oscura del espejo donde solo observamos nuestra irreparable perdición, el sacrificio sin remedio de nuestra vida, o a lo que así llamamos inútilmente.